La ninfa Aretusa,
cuyo nombre deriva del griego aretè (la
virtuosa), era sagrada para Artemisa, la diosa de la caza, y a ella le había
dado su voto de castidad.
Según el mito, un
día de mucho calor, la ninfa se encontraba en un bosque de Grecia. Cansada y
acalorada decidió bañarse en un río que corría entre los árboles. Aretusa se
desviste y comienza a nadar.
Un joven cazador,
de nombre Alfeo, pasaba por allí y el rumor del agua le llamó la atención, se
acercó y cuando vio a la ninfa quedó impactado por su belleza. Alfeo se enamoró
perdidamente de Aretusa, pero ésta, al darse cuenta de que había sido vista por
el joven, comenzó a escapar y Alfeo a seguirla; la ninfa se cansó y pidió ayuda
a su protectora Artemisa.
La diosa, para
hacerla desparecer de su perseguidor, transforma a Aretusa en un afluente, que
emerge en Grecia, precisamente en la tierra de Ortigia. Aretusa desaparece de
los ojos de Alfeo, quien invocando a Zeus, le pide ayuda. El dios lo transforma
en río, el cual emergerá en Grecia, no en Sicilia. Alfeo no se da por vencido y
pasa debajo de los mares de Grecia y Sicilia, para llegar al Porto Grande de
Siracusa. Será aquí que Alfeo se unirá con Aretusa, en las aguas subterráneas
que, aún hoy, saliendo del mar, revive el rito de unión con Alfeo.
La historia de
amor enseña una grande verdad histórica: Aretusa representa la colonia
Siracusa, fundada lejos de la madre patria Grecia representada por Alfeo. Los
griegos, en la segunda mitad del siglo VIII a.C. partían de su patria para
fundar Siracusa, por ellos llamada apoikìai
(lejos de casa). A pesar de todas las siguientes dominaciones, el espíritu
griego permanece en el corazón de los siracusanos.